Hablar de los años entre 1916 y 1921 en la historia del Club Deportivo Guadalajara es revivir una época de lucha, identidad y resistencia. Mientras el Atlas Fútbol Club, recién fundado por jóvenes de alcurnia, comenzaba a tejer su leyenda en la Liga de Occidente, las Chivas enfrentaron un desafío que forjaría su carácter como el equipo del pueblo. Estos años no fueron de títulos, sino de batallas que sembraron el orgullo rojiblanco en cada calle de la ciudad.
El Nacimiento de una Rivalidad que Dividió a Guadalajara
El 15 de agosto de 1916 marcó un antes y un después en el fútbol tapatío. Mientras las Chivas, fundadas en 1906, ya llevaban una década representando a los barrios obreros y las plazas llenas de sarapes y sombreros, el Atlas surgió como un equipo de caballeros: jóvenes que habían aprendido el balompié en colegios ingleses y volvían a México con botines elegantes y tácticas pulidas.
La rivalidad no tardó en encenderse. Aquel primer partido, jugado el 15 de septiembre de 1916 en un campo de tierra cerca de la Avenida Vallarta, terminó en empate sin goles, pero dejó claro que algo más que un juego se disputaba en el campo: era el reflejo de dos Guadalajaras, una que trabajaba con las manos y otra que dictaba las reglas desde sus salones de té.
El Guadalajara, con sus raíces en el barrio de El Algodonal, llevaba en su camiseta el sudor de la clase trabajadora. El Atlas, en cambio, lucía en su escudo la elegancia de quienes veían el fútbol como un hobby de caballeros. Esta división social, tan profunda como el cañón del Río Grande, se convirtió en el combustible de un clásico que trascendió lo deportivo.
Los años cuando el Atlas escribió su nombre con tinta de oro
Entre 1917 y 1921, el Atlas no solo ganó partidos: dominó una era. Con cuatro títulos consecutivos en la Liga de Occidente (1917-18, 1918-19, 1919-20 y 1920-21), los rojinegros parecían invencibles. Mientras tanto, el Guadalajara, que había sido campeón en 1908-09 y 1909-10, enfrentó su primer gran eclipse. En esas cinco temporadas, las Chivas solo alcanzaron el subcampeonato en 1916-17 y 1920-21, viendo cómo su nuevo rival acumulaba trofeos con una frialdad que helaba el corazón de la afición rojiblanca.
Pero estos años no fueron de derrotas, sino de resistencia. Cada partido contra el Atlas se vivía como una batalla por la dignidad. En 1918-19, por ejemplo, el Guadalajara cayó ante los zorros en una final que dejó lágrimas en las gradas de El Paradero. Sin embargo, fue en esas derrotas donde nació el mito del Rebaño Sagrado: un equipo que, incluso vencido, nunca dejó de luchar. Como decían los viejos aficionados mientras ajustaban sus cintos: «Perder con honor también es ser chiva».
Partidos que quemaron la memoria colectiva
El Clásico de 1917: La Herida que Unió al Rebaño
En la temporada 1916-17, el Atlas se coronó campeón por primera vez, dejando al Guadalajara en segundo lugar. Pero más que la tabla de posiciones, lo que quedó grabado fue el primer choque oficial entre ambos. Bajo un sol inclemente, las Chivas enfrentaron a un equipo que alineaba a siete refuerzos del Club Colón, una maniobra que los rojiblancos consideraron «un insulto al fair play».
Aunque el partido terminó con triunfo zorros, la afición chiva respondió llenando las calles de mantas rojiblancas y cantando rancheras que hablaban de traiciones y revanchas.
1919: El Año que el Pueblo Aprendió a Sufrir
La temporada 1918-19 fue particularmente dura. El Atlas, con su juego de toques cortos y pases milimétricos, arrasó en la liga mientras el Guadalajara luchaba por encontrar su ritmo. En un partido clave, las Chivas cayeron 3-1 ante su rival, pero ese día ocurrió algo mágico: un grupo de niños del barrio de Mexicaltzingo se coló al campo para abrazar a los jugadores derrotados. Esa imagen, capturada en blanco y negro por algún fotógrafo olvidado, se convirtió en símbolo de que el amor al equipo iba más allá de los resultados.
1920-21: La Centella de Esperanza
En la última temporada del dominio zorros, el Guadalajara rozó la gloria. Llegó a la final de la Liga de Occidente tras vencer al Nacional en un partido épico, solo para caer nuevamente ante el Atlas. Pero en esa derrota hubo un destello de lo que vendría: Fausto Prieto, portero de apenas 16 años, detuvo tres penales seguidos, anticipando la grandeza que mostraría en los años venideros.
Más que Fútbol: El Guadalajara como Reflejo del Alma Popular
Mientras el Atlas acumulaba títulos, las Chivas se convertían en el corazón cultural de Guadalajara. Sus colores aparecían en las paredes de las pulquerías, en las portadas de las historietas que vendían los voceadores y hasta en los rebozos de las mujeres que iban a misa los domingos. El equipo no ganaba, pero ganaba espacios en la vida cotidiana:
Los mariachis de la Plaza de los Mártires comenzaron a incluir versos como «Aunque pierdan las Chivas, mi amor, yo no te cambio» en sus serenatas.
En los cines mudos, antes de cada película, proyectaban imágenes de los jugadores rojiblancos entrenando, lo que provocaba ovaciones que hacían temblar las butacas.
Hasta los dulces de tamarindo que vendían en el Mercado Libertad llevaban envolturas con la leyenda: «Chiva hasta el hueso».
Esta omnipresencia cultural fue el verdadero triunfo del Guadalajara. Mientras los zorros celebraban en sus clubes privados, el Rebaño Sagrado se multiplicaba en cada rincón donde un niño pateaba una pelota de trapo.
El Legado de los Años de Fuego
Aunque el Atlas dominó hasta 1921, las Chivas sembraron en esos años las semillas de su futuro Campeonísimo. Jugadores como Gregorio Orozco y Max Woog, veteranos de las primeras campeonatos, transmitieron a las nuevas generaciones la ética de trabajo que luego definiría al equipo.
En 1921-22, apenas un año después del último título del Atlas, el Guadalajara comenzaría una racha de cuatro campeonatos consecutivos, demostrando que la paciencia del pueblo siempre da frutos.
Hoy, cuando un abuelo Chiva le cuenta a su nieto sobre aquellos años difíciles, no habla de derrotas: habla de coraje, de identidad y de cómo cada revés fortaleció el espíritu del Rebaño. Porque ser Chiva nunca fue fácil, pero como dicen en los corredores del Estadio Jalisco: «Lo que no te mata, te hace rojiblanco».
Epílogo: Cuando la Historia se Repite en Cada Grito
Cada vez que las Chivas enfrentan al Atlas en el Clásico Tapatío late el eco de aquellos años heroicos. Los triunfos zorros de 1916 a 1921 no son solo estadísticas: son recordatorios de que el verdadero mérito no está en vencer siempre, sino en mantenerse en pie cuando todo parece perdido.
Y así, entre fotos sepia y recuerdos de abuelos que juran haber visto jugar a Orozco, el Guadalajara sigue siendo lo que siempre fue: el equipo de un pueblo que convierte derrotas en banderas y pasiones en himnos.